¿ES PERTINENTE SEGUIR ESTUDIANDO FILOSOFÍA COMO OPCIÓN PROFESIONAL?[1]
RESUMEN
La atomización del saber en distintas especialidades ha permitido obtener un conocimiento más detallado del mundo, por cuanto a éste se le considera cognoscible desde diversos planos. Ha habido, pues, una constante fragmentación del conocimiento del mundo, término que hasta los albores de la modernidad se le atribuía exclusivamente a la filosofía: la philosophia naturalis (química, física y anatomía) y las ciencias humanas y sociales, como campos autónomos de estudio, han achicado el radio de acción de la filosofía y, por ende, el de sus estudiosos.
Al pensar en su supervivencia como programas académicos universitarios, las facultades, departamentos o programas de filosofía enfrentan duros retos en el momento de comprometer a un grupo de jóvenes estudiantes en su interior, toda vez que sus expectativas personales, laborales y sociales son cada vez más inciertas en el contexto nacional donde entrarán a hacer parte como “filósofos”, cuyo fin no ha podido ser otro que el de replicar la historia de la filosofía occidental.
Es dentro de este orden de ideas donde cabe preguntarse si ha sido, es o será pertinente optar por la filosofía (y letras) como carrera profesional.
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En su entrada a la Academia, Platón inscribió la siguiente frase lapidaria: “Que nadie entre a la Academia si no sabe matemáticas”. Extrapolando un poco, parece que la frase se puede transformar hoy en la siguiente: “Que nadie entre al mundo productivo sin antes saber una profesión”.
¿Qué la filosofía es una profesión para el dominante mercado laboral? Unos recomiendan seguir considerándola como “madre de las ciencias” y, desde allí, dividir el campo de acción filosófico en diferentes ramas (filosofía de la biología, filosofía de la Inteligencia Artificial, filosofía de la geología, entre otras); otros, en cambio, exigen reenmarcar su fin en un carácter denunciativo (“el filósofo como hijo de su época”), y no seguirla agotando en su tradicional aspecto enunciativo o descriptivo. Pero lo que en este ensayo interesa es, en buena medida, saber si per se la carrera de filosofía representa para el estudiante una oportunidad de ganar su diario sustento.
Empezaré por tres condiciones o perfiles que llevan a un estudiante a estar en la carrera de filosofía (y letras):
1. Los filósofos por segunda opción: Es el más típico de los perfiles de nuestros nuevos estudiantes de filosofía. Se presenta en el momento en que el puntaje para ingresar directamente o por primera opción, generalmente, a la carrera de Derecho, no fue suficiente por ser dicha carrera una de las que presentan mayor demanda. El nuevo universitario se resigna entonces a la segunda opción que inscribió en su formulario con el fin de estar dentro de la universidad, a la espera de que en segundo o tercer semestre de cursar filosofía pueda al fin su promedio académico, un nuevo puntaje en las Pruebas de Estado o en el Examen de Admisión puedan instalarlo en la jurisprudencia.
Ingresar a una carrera por segunda opción es extensivo a las licenciaturas, que despiertan una fobia especial al considerarlas expresamente ligadas a la docencia en instituciones de educación media, aunque es Filosofía la carrera en la específicamente recae esta discriminación por no presentar, en términos laborales, otro campo de acción distinto al de la docencia.
2. Los asesinos de Dios: Son aquellos que presentaron en sus hogares o colegios de filiación eclesiástica un conflicto de valores o creencias característicos de la enseñanza ortodoxa sobre un estilo de vida que esté a la par con el cristianismo. Además, es posible que ciertas variantes de la música rock y las modas underground alimenten la discolía propia del adolescente hasta que, por mera casualidad, su profesor de filosofía en el colegio o liceo lo encamina elocuentemente hacia fragmentos heréticos de las obras de Marx, Feuerbach, Russell y, como principal víctima de tergiversaciones, Friedrich Nietzsche. Este joven bachiller, convencido de que los pensadores citados cursaron necesariamente una carrera de filosofía, pone todas sus emociones en cursarla, no sin antes vivir antes y durante la carrera los siguientes reproches de su familia y núcleo social inmediato: “¡Comunista!, ¡yerbatero!, ¡rockero!.. ¿Con cuál de los anteriores estigmas ha sido usted atormentado?
3. Los profesionales: Pertenecen a este perfil personas que han ejercido una profesión principalmente relacionada con la salud o las leyes. Su encuentro con la filosofía fue el fruto de un libro o una reflexión que le invitó a repensar su quehacer desde sus fundamentos, o también el hecho de cumplir en la adultez un viejo deseo por estudiar filosofía, pues en su juventud su familia le impuso el alto estatus social que para ese entonces implicaba ser médico, abogado o contador. Este grupo de estudiantes representa un pequeño porcentaje en comparación con los perfiles descritos anteriormente.
Antes de proseguir, les aclaro que no pretendo extrapolar los anteriores perfiles a las universidades privadas o extranjeras donde exista la carrera de filosofía. No tengo elementos de juicio al respecto.
Ahora bien, ¿por qué existe la carrera de filosofía? Parece ser que el ejercicio filosófico surgía por el mero interés de cultivar el pensamiento de pequeñas comunidades, en tiempos donde la educación era buena (es decir, personalizada) y las facultades no se les personaba, como hoy, a atiborrar las aulas de clase bajo el sofisma político de la ampliación de cobertura educativa. Ese criterio cuantitativo de acceso a la educación – que en la educación básica y media recibe el nombre de educación per capita – ha representado una seria amenaza para la supervivencia de las facultades de filosofía (y letras); no es gratuito el hecho de que por cada salón universitario de primer semestre haya entre 40 y 60 estudiantes, y que la apertura de asignaturas electivas dependa de un cupo mínimo de 25 estudiantes. Les invito a hacer la siguiente reflexión: ¿son compatibles el acceso cuantitativo a la educación con la cualificación de los procesos de enseñanza- aprendizaje?
De esta forma, los docentes de los programas académicos de filosofía (y letras) nos vemos enfrentados al siguiente dilema: o sobrevivir como carrera ante las acríticas generalizaciones de calidad impuestos por la Comisión Nacional de Acreditación, o comprometer nuestros puestos de trabajo si les decimos categóricamente a nuestros estudiantes – específicamente a los que pertenecen a los perfiles 1 y 2 – que, hoy por hoy, no tienen otro rumbo laboral que el de la docencia en centro de educación media.
Es entonces cuando en cualquiera de nosotros, los docentes universitarios de filosofía (y letras), recae la responsabilidad directa de de mantener la cifra de, al menos, 50 estudiantes durante el primer semestre, mediante la asignatura Introducción a la filosofía. Es en ese escenario donde debemos dar rienda suelta al grueso de nuestra locuacidad para así, como por arte de magia, concluir diciéndoles a todos indiscriminadamente: “Tienen madera para ser filósofos”.
De 50 en primer semestre a 30 en el segundo; y de esos 30, 20 o 15 estudiantes que en el tercer o cuarto semestre de Filosofía (y letras) se resistieron al desdén de sus familias, a cursar otra carrera que aparentemente le represente usufructos inmediatos, o a buscar a tientas nuevos horizontes en la “universidad de la vida”; esos jóvenes ya empiezan a convencerse por iniciativa propia de que la filosofía no es una aspiración sino una inspiración; de que buena parte del discurso filosófico ha servido para rellenar colchones o ser el castigo de los caballos de carga[2]; de que no es Dios el culpable sino el proselitismo judeocristiano; de que el hombre no sólo vive de pan y agua sino también de sueños; de que el único problema filosófico importante es saber si la vida merece ser vivida, si el preadulto estudiante de filosofía (y letras), ya de quinto o sexto semestre, se inclina por el existencialismo; de que el mundo existe porque está el hombre que lo representa, si opta por el idealismo; de que el conocimiento es más un problema de sensaciones o razones, si eligió inclinarse por la epistemología; de que ha sido un complique encajar la palabra con la cosa y viceversa, si el estudiante desea profundizar en la filosofía del lenguaje; de que los filósofos han interpretado el mundo de diversas formas pero de lo que se trata es de transformarlo, si cree en el materialismo dialéctico…
Se atreve luego nuestro estudiante de de octavo semestre a socializar sus monográficas producciones escritas en un foro estudiantil, donde raras veces sus docentes les acompañamos, porque generalmente estamos más interesados en preparar nuestras ponencias o artículos.
Ya en noveno o décimo semestre, tras salir triunfante de las batallas ideológicas familiares, la mayoría de nuestros filósofos en ciernes decide salir egresado como licenciado, pues raras veces hay un profesional en filosofía desligado de la docencia.
Las prácticas pedagógicas son el espejo futurista del drama laboral que enfrentará nuestro casi licenciado en la docencia: si labora en un colegio o liceo privado – que generalmente es liderado por religiosos – debe acatar fuertes condiciones encaminadas a omitir en su plan de estudios para la asignatura de filosofía textos de contenido herético o de connotaciones comunistas. Marx, Engels, Nietzsche y, para no ir muy lejos, Antonio caballero son vetados en este tipo de instituciones. Incluso esta situación es extensiva a los colegios estatales, con la única diferencia de que el entorno sociocultural del lugar de trabajo de nuestro nuevo filósofo es tanto geográficamente apartado de las capitales como ideológicamente hostil para el ejercicio del libre pensamiento. Por ejemplo, en regiones de influencia paramilitar el profesor de filosofía debe forzosamente obviar temas referentes a la actual crisis colombiana o a los contenidos arriba mencionados, por el hecho esencial de preservar su vida o su puesto de trabajo; debe presenciar impotente las mentiras del proceso de desmovilización, comunidades donde se confunde la convivencia con la connivencia, convivir con Las Convivir, y la paz con el silencio. Y si labora en regiones de impacto guerrillero, debe ser muy diplomático para rechazar un seductor salario trabajando para ellos como adoctrinador.
Aparte de los problemas citados, sumémosle otros tres que enfrenta la inmensa mayoría de nuestros actuales licenciados:
Si las horas semanales asignadas para filosofía – que progresivamente disminuyen – no copan la carga académica del docente, se le asignan materias no necesariamente relacionadas con el área de su especialidad, como ciencias sociales, educación física o matemáticas.
Como asignatura en los centros de enseñanza media, la asignatura de filosofía – que tardíamente se enseñanza en los grados décimo y undécimo – existe sólo porque los Exámenes de Estado la contemplan entre sus preguntas, e incluso se ha tendido a unir – si no a suprimir – Filosofía con Educación religiosa y Valores Humanos, como una extensión al plano curricular de la estrategia política de las fusiones.
No se han creado aún los lineamientos y estándares curriculares para filosofía, sólo el ICFES maneja en las Pruebas de Estado tres componentes – ontológico, epistemológico y antropológico – que excluyen temas de igual relevancia en la filosofía como la estética, la ética y la política. Es más, el mismo Ministerio de Educación Nacional considera la filosofía como extensión curricular de las ciencias sociales. Me pregunto: ¿en qué momento permitimos esto?
Como filósofos, presenciamos una época en que a la filosofía le ha sido desmembrado sus campos de acción. Tuvimos épocas gloriosas de mecenazgo cuando la filosofía tenía como función el conocimiento del mundo. Pero surgieron las ciencias y con éstas la fragmentación del saber en múltiples disciplinas que han hecho del mundo no algo perceptible o concebido, sino, desde la modernidad, algo cognoscible y explotable. Y luego llegaron las ciencias humanas a ocuparse no del Hombre con mayúscula, sino del hombre con minúscula – es decir, del hombre mental, físico y social – y a entrelazar sus métodos con los de las ciencias exactas y naturales. Quedó entonces la filosofía con un campo de acción “visible”, el pensamiento, hasta que vino Heidegger a decirnos que los filósofos no pensamos sino que apenas filosofamos[3].
Hoy también presenciamos la muerte del humanismo (con la filosofía a la cabeza) por el hecho histórico de la guerra. En épocas de conflicto, la reflexión sucumbe ante la acción porque la vida se torna breve. Por ejemplo, después de Aristóteles la filosofía occidental se estancó por cuatro siglos surcados por múltiples guerras imperiales. Entre Nietzsche y Heidegger, el mundo tuvo especialmente dos hecatombes mundiales; y en Colombia, desde que se instaló por primera vez una carrera de Filosofía (sin Letras) en la Universidad Nacional en la década de los cuarenta, no ha habido hasta hoy período de tregua. Y lo peor de todo es que nuestro conflicto no es de soberanía ni por razones tribales o religiosas; simplemente es un conflicto de autodestrucción indiscriminada. Por eso no ha habido en Colombia filósofos a la altura de los anteriormente citados, sólo ha habido destellos de auténtico pensamiento colombiano a través de la literatura colombiana.
Según todo lo anteriormente expuesto, ¿qué hemos hecho los docentes universitarios de filosofía por nuestros egresados quienes, reitero, laboran en su gran mayoría en los colegios de Colombia? ¿Somos los únicos que podemos ser ponentes en este tipo de eventos, porque nuestros egresados sólo cuentan con el tiempo disponible para soportar su situación laboral? ¿Pueden nuestros egresados interpretar su época para transformarla, es decir, para construir América Latina, a sabiendas de que con ello puede atentar contra su integridad laboral y física? ¿Hemos podido nosotros y nuestros egresados hacer otra cosa diferente a la de replicar la historia de la filosofía occidental? En últimas, ¿es pertinente seguir estudiando filosofía (con o sin letras) como opción profesional?
INFORMACIÓN PERSONAL
DANIEL FERNANDO SÁNCHEZ HERNÁNDEZ
Docente de planta
Institución educativa San Gerardo María Mayela
Catedrático
Departamentos de Filosofía y Desarrollo Humano
Universidad de Caldas
Ponente: XIV (2003) y XV (2005) Foro Nacional de Filosofía
II Congreso Internacional de Pensamiento Latinoamericano (2002)
Autor de los libros:
Introducción al griego clásico (2006)
Aspectos de la biopolítica y su relación con la clonación humana (en imprenta)
Candidato a Master en Filosofía del siglo XX
Universidad de Málaga (España)
[1] Ponencia presentada en el V Congreso Internacional de Pensamiento Latinoamericano. Universidad de Nariño (del 8 al 10 de noviembre de 2006). E-mail: etimologia@ucaldas.edu.co
[2] La paja es el elemento tradicional de los colchones, y la carreta es halada por las “zorras” o caballos de carga.
[3] “El hecho de que mostremos interés por la Filosofía en modo alguno testifica ya una disponibilidad para el pensar. Incluso el hecho de que a lo largo de años tengamos un trato insistente con tratados y obras de los grandes pensadores no proporciona garantía alguna de que pensemos, ni siquiera de que estemos dispuestos a aprender el pensar. El hecho de que nos ocupemos de la Filosofía puede incluso engañarnos con la pertinaz apariencia de que estamos pensando, porque, ¿no es cierto?, «estamos filosofando»”. En: HEIDEGGER, Martin. ‘¿Qué quiere decir pensar?’ En: Conferencias y artículos. Barcelona: Ediciones del Serbal, 1994; p. 134.
RESUMEN
La atomización del saber en distintas especialidades ha permitido obtener un conocimiento más detallado del mundo, por cuanto a éste se le considera cognoscible desde diversos planos. Ha habido, pues, una constante fragmentación del conocimiento del mundo, término que hasta los albores de la modernidad se le atribuía exclusivamente a la filosofía: la philosophia naturalis (química, física y anatomía) y las ciencias humanas y sociales, como campos autónomos de estudio, han achicado el radio de acción de la filosofía y, por ende, el de sus estudiosos.
Al pensar en su supervivencia como programas académicos universitarios, las facultades, departamentos o programas de filosofía enfrentan duros retos en el momento de comprometer a un grupo de jóvenes estudiantes en su interior, toda vez que sus expectativas personales, laborales y sociales son cada vez más inciertas en el contexto nacional donde entrarán a hacer parte como “filósofos”, cuyo fin no ha podido ser otro que el de replicar la historia de la filosofía occidental.
Es dentro de este orden de ideas donde cabe preguntarse si ha sido, es o será pertinente optar por la filosofía (y letras) como carrera profesional.
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En su entrada a la Academia, Platón inscribió la siguiente frase lapidaria: “Que nadie entre a la Academia si no sabe matemáticas”. Extrapolando un poco, parece que la frase se puede transformar hoy en la siguiente: “Que nadie entre al mundo productivo sin antes saber una profesión”.
¿Qué la filosofía es una profesión para el dominante mercado laboral? Unos recomiendan seguir considerándola como “madre de las ciencias” y, desde allí, dividir el campo de acción filosófico en diferentes ramas (filosofía de la biología, filosofía de la Inteligencia Artificial, filosofía de la geología, entre otras); otros, en cambio, exigen reenmarcar su fin en un carácter denunciativo (“el filósofo como hijo de su época”), y no seguirla agotando en su tradicional aspecto enunciativo o descriptivo. Pero lo que en este ensayo interesa es, en buena medida, saber si per se la carrera de filosofía representa para el estudiante una oportunidad de ganar su diario sustento.
Empezaré por tres condiciones o perfiles que llevan a un estudiante a estar en la carrera de filosofía (y letras):
1. Los filósofos por segunda opción: Es el más típico de los perfiles de nuestros nuevos estudiantes de filosofía. Se presenta en el momento en que el puntaje para ingresar directamente o por primera opción, generalmente, a la carrera de Derecho, no fue suficiente por ser dicha carrera una de las que presentan mayor demanda. El nuevo universitario se resigna entonces a la segunda opción que inscribió en su formulario con el fin de estar dentro de la universidad, a la espera de que en segundo o tercer semestre de cursar filosofía pueda al fin su promedio académico, un nuevo puntaje en las Pruebas de Estado o en el Examen de Admisión puedan instalarlo en la jurisprudencia.
Ingresar a una carrera por segunda opción es extensivo a las licenciaturas, que despiertan una fobia especial al considerarlas expresamente ligadas a la docencia en instituciones de educación media, aunque es Filosofía la carrera en la específicamente recae esta discriminación por no presentar, en términos laborales, otro campo de acción distinto al de la docencia.
2. Los asesinos de Dios: Son aquellos que presentaron en sus hogares o colegios de filiación eclesiástica un conflicto de valores o creencias característicos de la enseñanza ortodoxa sobre un estilo de vida que esté a la par con el cristianismo. Además, es posible que ciertas variantes de la música rock y las modas underground alimenten la discolía propia del adolescente hasta que, por mera casualidad, su profesor de filosofía en el colegio o liceo lo encamina elocuentemente hacia fragmentos heréticos de las obras de Marx, Feuerbach, Russell y, como principal víctima de tergiversaciones, Friedrich Nietzsche. Este joven bachiller, convencido de que los pensadores citados cursaron necesariamente una carrera de filosofía, pone todas sus emociones en cursarla, no sin antes vivir antes y durante la carrera los siguientes reproches de su familia y núcleo social inmediato: “¡Comunista!, ¡yerbatero!, ¡rockero!.. ¿Con cuál de los anteriores estigmas ha sido usted atormentado?
3. Los profesionales: Pertenecen a este perfil personas que han ejercido una profesión principalmente relacionada con la salud o las leyes. Su encuentro con la filosofía fue el fruto de un libro o una reflexión que le invitó a repensar su quehacer desde sus fundamentos, o también el hecho de cumplir en la adultez un viejo deseo por estudiar filosofía, pues en su juventud su familia le impuso el alto estatus social que para ese entonces implicaba ser médico, abogado o contador. Este grupo de estudiantes representa un pequeño porcentaje en comparación con los perfiles descritos anteriormente.
Antes de proseguir, les aclaro que no pretendo extrapolar los anteriores perfiles a las universidades privadas o extranjeras donde exista la carrera de filosofía. No tengo elementos de juicio al respecto.
Ahora bien, ¿por qué existe la carrera de filosofía? Parece ser que el ejercicio filosófico surgía por el mero interés de cultivar el pensamiento de pequeñas comunidades, en tiempos donde la educación era buena (es decir, personalizada) y las facultades no se les personaba, como hoy, a atiborrar las aulas de clase bajo el sofisma político de la ampliación de cobertura educativa. Ese criterio cuantitativo de acceso a la educación – que en la educación básica y media recibe el nombre de educación per capita – ha representado una seria amenaza para la supervivencia de las facultades de filosofía (y letras); no es gratuito el hecho de que por cada salón universitario de primer semestre haya entre 40 y 60 estudiantes, y que la apertura de asignaturas electivas dependa de un cupo mínimo de 25 estudiantes. Les invito a hacer la siguiente reflexión: ¿son compatibles el acceso cuantitativo a la educación con la cualificación de los procesos de enseñanza- aprendizaje?
De esta forma, los docentes de los programas académicos de filosofía (y letras) nos vemos enfrentados al siguiente dilema: o sobrevivir como carrera ante las acríticas generalizaciones de calidad impuestos por la Comisión Nacional de Acreditación, o comprometer nuestros puestos de trabajo si les decimos categóricamente a nuestros estudiantes – específicamente a los que pertenecen a los perfiles 1 y 2 – que, hoy por hoy, no tienen otro rumbo laboral que el de la docencia en centro de educación media.
Es entonces cuando en cualquiera de nosotros, los docentes universitarios de filosofía (y letras), recae la responsabilidad directa de de mantener la cifra de, al menos, 50 estudiantes durante el primer semestre, mediante la asignatura Introducción a la filosofía. Es en ese escenario donde debemos dar rienda suelta al grueso de nuestra locuacidad para así, como por arte de magia, concluir diciéndoles a todos indiscriminadamente: “Tienen madera para ser filósofos”.
De 50 en primer semestre a 30 en el segundo; y de esos 30, 20 o 15 estudiantes que en el tercer o cuarto semestre de Filosofía (y letras) se resistieron al desdén de sus familias, a cursar otra carrera que aparentemente le represente usufructos inmediatos, o a buscar a tientas nuevos horizontes en la “universidad de la vida”; esos jóvenes ya empiezan a convencerse por iniciativa propia de que la filosofía no es una aspiración sino una inspiración; de que buena parte del discurso filosófico ha servido para rellenar colchones o ser el castigo de los caballos de carga[2]; de que no es Dios el culpable sino el proselitismo judeocristiano; de que el hombre no sólo vive de pan y agua sino también de sueños; de que el único problema filosófico importante es saber si la vida merece ser vivida, si el preadulto estudiante de filosofía (y letras), ya de quinto o sexto semestre, se inclina por el existencialismo; de que el mundo existe porque está el hombre que lo representa, si opta por el idealismo; de que el conocimiento es más un problema de sensaciones o razones, si eligió inclinarse por la epistemología; de que ha sido un complique encajar la palabra con la cosa y viceversa, si el estudiante desea profundizar en la filosofía del lenguaje; de que los filósofos han interpretado el mundo de diversas formas pero de lo que se trata es de transformarlo, si cree en el materialismo dialéctico…
Se atreve luego nuestro estudiante de de octavo semestre a socializar sus monográficas producciones escritas en un foro estudiantil, donde raras veces sus docentes les acompañamos, porque generalmente estamos más interesados en preparar nuestras ponencias o artículos.
Ya en noveno o décimo semestre, tras salir triunfante de las batallas ideológicas familiares, la mayoría de nuestros filósofos en ciernes decide salir egresado como licenciado, pues raras veces hay un profesional en filosofía desligado de la docencia.
Las prácticas pedagógicas son el espejo futurista del drama laboral que enfrentará nuestro casi licenciado en la docencia: si labora en un colegio o liceo privado – que generalmente es liderado por religiosos – debe acatar fuertes condiciones encaminadas a omitir en su plan de estudios para la asignatura de filosofía textos de contenido herético o de connotaciones comunistas. Marx, Engels, Nietzsche y, para no ir muy lejos, Antonio caballero son vetados en este tipo de instituciones. Incluso esta situación es extensiva a los colegios estatales, con la única diferencia de que el entorno sociocultural del lugar de trabajo de nuestro nuevo filósofo es tanto geográficamente apartado de las capitales como ideológicamente hostil para el ejercicio del libre pensamiento. Por ejemplo, en regiones de influencia paramilitar el profesor de filosofía debe forzosamente obviar temas referentes a la actual crisis colombiana o a los contenidos arriba mencionados, por el hecho esencial de preservar su vida o su puesto de trabajo; debe presenciar impotente las mentiras del proceso de desmovilización, comunidades donde se confunde la convivencia con la connivencia, convivir con Las Convivir, y la paz con el silencio. Y si labora en regiones de impacto guerrillero, debe ser muy diplomático para rechazar un seductor salario trabajando para ellos como adoctrinador.
Aparte de los problemas citados, sumémosle otros tres que enfrenta la inmensa mayoría de nuestros actuales licenciados:
Si las horas semanales asignadas para filosofía – que progresivamente disminuyen – no copan la carga académica del docente, se le asignan materias no necesariamente relacionadas con el área de su especialidad, como ciencias sociales, educación física o matemáticas.
Como asignatura en los centros de enseñanza media, la asignatura de filosofía – que tardíamente se enseñanza en los grados décimo y undécimo – existe sólo porque los Exámenes de Estado la contemplan entre sus preguntas, e incluso se ha tendido a unir – si no a suprimir – Filosofía con Educación religiosa y Valores Humanos, como una extensión al plano curricular de la estrategia política de las fusiones.
No se han creado aún los lineamientos y estándares curriculares para filosofía, sólo el ICFES maneja en las Pruebas de Estado tres componentes – ontológico, epistemológico y antropológico – que excluyen temas de igual relevancia en la filosofía como la estética, la ética y la política. Es más, el mismo Ministerio de Educación Nacional considera la filosofía como extensión curricular de las ciencias sociales. Me pregunto: ¿en qué momento permitimos esto?
Como filósofos, presenciamos una época en que a la filosofía le ha sido desmembrado sus campos de acción. Tuvimos épocas gloriosas de mecenazgo cuando la filosofía tenía como función el conocimiento del mundo. Pero surgieron las ciencias y con éstas la fragmentación del saber en múltiples disciplinas que han hecho del mundo no algo perceptible o concebido, sino, desde la modernidad, algo cognoscible y explotable. Y luego llegaron las ciencias humanas a ocuparse no del Hombre con mayúscula, sino del hombre con minúscula – es decir, del hombre mental, físico y social – y a entrelazar sus métodos con los de las ciencias exactas y naturales. Quedó entonces la filosofía con un campo de acción “visible”, el pensamiento, hasta que vino Heidegger a decirnos que los filósofos no pensamos sino que apenas filosofamos[3].
Hoy también presenciamos la muerte del humanismo (con la filosofía a la cabeza) por el hecho histórico de la guerra. En épocas de conflicto, la reflexión sucumbe ante la acción porque la vida se torna breve. Por ejemplo, después de Aristóteles la filosofía occidental se estancó por cuatro siglos surcados por múltiples guerras imperiales. Entre Nietzsche y Heidegger, el mundo tuvo especialmente dos hecatombes mundiales; y en Colombia, desde que se instaló por primera vez una carrera de Filosofía (sin Letras) en la Universidad Nacional en la década de los cuarenta, no ha habido hasta hoy período de tregua. Y lo peor de todo es que nuestro conflicto no es de soberanía ni por razones tribales o religiosas; simplemente es un conflicto de autodestrucción indiscriminada. Por eso no ha habido en Colombia filósofos a la altura de los anteriormente citados, sólo ha habido destellos de auténtico pensamiento colombiano a través de la literatura colombiana.
Según todo lo anteriormente expuesto, ¿qué hemos hecho los docentes universitarios de filosofía por nuestros egresados quienes, reitero, laboran en su gran mayoría en los colegios de Colombia? ¿Somos los únicos que podemos ser ponentes en este tipo de eventos, porque nuestros egresados sólo cuentan con el tiempo disponible para soportar su situación laboral? ¿Pueden nuestros egresados interpretar su época para transformarla, es decir, para construir América Latina, a sabiendas de que con ello puede atentar contra su integridad laboral y física? ¿Hemos podido nosotros y nuestros egresados hacer otra cosa diferente a la de replicar la historia de la filosofía occidental? En últimas, ¿es pertinente seguir estudiando filosofía (con o sin letras) como opción profesional?
INFORMACIÓN PERSONAL
DANIEL FERNANDO SÁNCHEZ HERNÁNDEZ
Docente de planta
Institución educativa San Gerardo María Mayela
Catedrático
Departamentos de Filosofía y Desarrollo Humano
Universidad de Caldas
Ponente: XIV (2003) y XV (2005) Foro Nacional de Filosofía
II Congreso Internacional de Pensamiento Latinoamericano (2002)
Autor de los libros:
Introducción al griego clásico (2006)
Aspectos de la biopolítica y su relación con la clonación humana (en imprenta)
Candidato a Master en Filosofía del siglo XX
Universidad de Málaga (España)
[1] Ponencia presentada en el V Congreso Internacional de Pensamiento Latinoamericano. Universidad de Nariño (del 8 al 10 de noviembre de 2006). E-mail: etimologia@ucaldas.edu.co
[2] La paja es el elemento tradicional de los colchones, y la carreta es halada por las “zorras” o caballos de carga.
[3] “El hecho de que mostremos interés por la Filosofía en modo alguno testifica ya una disponibilidad para el pensar. Incluso el hecho de que a lo largo de años tengamos un trato insistente con tratados y obras de los grandes pensadores no proporciona garantía alguna de que pensemos, ni siquiera de que estemos dispuestos a aprender el pensar. El hecho de que nos ocupemos de la Filosofía puede incluso engañarnos con la pertinaz apariencia de que estamos pensando, porque, ¿no es cierto?, «estamos filosofando»”. En: HEIDEGGER, Martin. ‘¿Qué quiere decir pensar?’ En: Conferencias y artículos. Barcelona: Ediciones del Serbal, 1994; p. 134.
1 comentario:
intereseantisimo el articulo. Es bueno que siembren desde las escuelas y colegios en los niños y jovenes ese espiritu de investigacion y pensamiento que lleva consigo la filosofia y areas a fines... ojala tengan buenas metodologias a la hora de evaluar y saquen el mayor provecho del pensamiento juvenil, pues en cada uno de ellos debe haber un mundo de posibilidades de desarrollo para su region. Entonces la invitacion es para que los maestros de filosofia hagan de sus clases un campo de batalla de conocimientos donde todos puedan ganar, y no por el contrario, donde todos salgan quebrados y sea el profe el unico que " GANE "...... Juliana
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